jueves, 3 de marzo de 2011

Pietro Citati: Momentos estelares

Pietro Citati
La luz de la noche
Los grandes mitos en la historia del mundo
Acantilado, Barcelona, 2011



A propósito de Chuang-tzu, quizá la obra más sugestiva de la literatura taoísta, escribe Pietro Citati: “Un libro único y maravilloso; libro para leer y releer, hojear y volver a hojear; libro para tener junto a la cama o en la mesa de trabajo durante meses enteros; nos bastará una imagen para inventar mundos, una sentencia o un cuentecillo para reflexionar durante años, una página para cambiar completamente nuestra vida…”
No resultaría excesivamente exagerado aplicar esas mismas palabras a La luz de la noche, un fascinante compendio de mitos, evocaciones, reflexiones, un lúcido paseo por la historia del mundo vista con una luz distinta.
Algo nos recuerda Piedro Citati (Florencia, 1930) a Stefan Zweig. Como él, es autor de grandes biografías –Goethe, Leopardi, Tolstói, Kafka—; como él, escribe con calidad de página, con vocación de estilo: cuida el dato, no fantasea, no noveliza, pero no se olvida nunca de que está haciendo literatura.
La luz de la noche vendría a ser así el equivalente de uno de las obras más famosas de Zweig, sus Momentos estelares en la historia de la humanidad. Pero Citati atiende menos a los hechos históricos, que a los mitos que están detrás de ellos.
Comienza el libro aludiendo a los túmulos que los viajeros del siglo XVIII se encontraban con cierta frecuencia junto al camino en la estepa ucraniana: “Hacían entonces un alto de unos minutos o de unas horas. Alrededor se extendía una alfombra de flores: tulipanes silvestres, lirios amarillos y violetas, amapolas, ranúnculos, jacintos púrpura, sumergidos en una hierba blanca como de plumón, un mar de plata; al fondo, en el aire transparente y azul, pasaban, veloces, recortados contra el cielo, los ciervos, los lobos grises y azules, las águilas y las avutardas. Los viajeros no sabían que en aquellos túmulos yacían los cuerpos de los príncipes escitas, cuyas costumbres y empresas habían leído apasionadamente en Heródoto”.
Con la enigmática historia de los escitas comienza el viaje que este libro propone; al final, como no podía ser de otra manera, nos encontramos con “El fin del mundo”, con el mito del Apocalipsis visto desde una mente esquizofrénica. En medio hay lugar para muchas estancias luminosas. Las páginas dedicadas a Las mil y una noches, por ejemplo, o a El cuento de los cuentos, del napolitano Giambattista Basile, “una gran máquina para vencer a la Melancolía y borrarla de la faz de la tierra”. No menos memorables resultan los capítulos que se ocupan de las hadas: “Mientras caminamos por las colinas, nos paramos junto a una fuente, miramos las luces y las sombras del crepúsculo, nos balanceamos al borde del sueño, basta con fijar la mirada para que el tabique de aire y de gasa se disuelva y entremos en ese mundo que está al lado del nuestro, o para que la innumerables criaturas invisibles desciendan entre nosotros a revelarnos misterios, anunciarnos el futuro, contarnos historias, descubrirnos tesoros escondidos”.
Lleno de tesoros escondidos está este libro inagotable, que en su primera parte nos habla de Apolo y de Ulises, de Sócrates y Nerón, de Plutarco y del Apuleyo que en sus Metamorfosis o El asno de oro nos contó como nadie la historia de Amor y Psique, una de esas historias donde mejor resplandece la “luz de la noche” que da título al volumen.
De San Pablo a Dante nos lleva la segunda parte, que se ocupa de los ritos y los mitos cristianos. Junto a las páginas dedicadas al Dios carnal de San Agustín, destacan las que se ocupan de El canto de la perla, compuesto en el siglo I o en el siglo II después de Cristo, de autor desconocido, en el que se encuentran paralelismos “con los Apocalipsis judíos tardíos, los Evangelios y las Epístolas de San Pablo, con la tradición judeocristiana y la de la iglesia de Siria, con la gnosis pagana y cristiana, con la cultura zoroástrica, mandea y maniquea e incluso con las antiguas novelas griegas, inspiradas en el culto al sol”. Pietro Citati comienza a hablar de esa obra enigmática como quien nos cuenta un cuento: “Un príncipe muy joven vivía en un remoto reino de Oriente”.
A China se dedica la tercera parte, al mundo islámico la cuarta. En esta última –aparte de las páginas sobre Las mil y una noches, ya mencionadas-- destacan las dedicadas a literatura persa, más allá del admirado y adulterado Omar Jayyam; como él indica, una vez conocidas “las albas y las noches” de Nezami o “el espejo de los colores y los perfumes” de Rumi no dejarán ya de acompañarnos para siempre como las aguas claras de Petrarca, los albatros, faros e incensarios de Baudelaire, la nave naufragada y los pájaros de Hopkins”.
La quinta y última parte, “La muerte de los dioses”, comienza con el encuentro entre Moctezuma y Cortés y termina con Leopardi y su poema “El infinito”. Unas historias son bien conocidas del lector español –la conquista de México, la destrucción del imperio inca—, mientras que otras resultarán tan novedosas como la de Sabbatai Zevi, al que los judíos del siglo XVII consideraron el Mesías y que acabó convertido al Islam, pero todas ellas se leen con el mismo interés.
Pietro Citati sabe contar, seducir con la música de las palabra, y por eso nadie tan capaz como él para dejar constancia de las aventuras de la inteligencia y para dejarnos entrever esa otra luz que está más allá, y no más acá, de la luz de la razón.

4 comentarios:

  1. Sólo una precisión: la historia de Sabbatai Zevi no resultará novedosa, al menos, a los lectores de Borges. No sé ahora mismo decir dónde, pero por alguna parte cuenta su historia; y precisa por ejemplo que, detenido por los musulmanes y condenado a muerte, le ofrecieron perdonarle la vida si se convertía al Islam. El texto de Borges termina con dos escuetas palabras: "Hizo esto".

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  2. Ya sé por qué libro preguntaré mañana en mi visita semanal a la librería.
    Reciba un saludo.

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  3. Pues lo acabo de comprar y me está gustando. Me recuerda en el ambiente a la "Mitología del Rin", un libro fascinante.

    Saludos :)

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  4. Es usted un estupendo estimulador de lecturas de calidad. Gracias

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