jueves, 23 de junio de 2011

Andrés Trapiello: De la vida retirada

Andrés Trapiello.
Capricho extremeño
Editora Regional de Extremadura.
Mérida, 2011.


No siempre, por no decir casi nunca, la opinión de un autor sobre su obra resulta la más adecuada. Cree Andrés Trapiello que los miles de páginas de su Salón de los pasos perdidos —diecisiete tomos publicados hasta la fecha— no deberían volver a publicarse de otro modo que como él los dispuso: “Cada libro tiene su orden y alterarlo extractando un fragmento es alterar el todo y, fatalmente, el fragmento”. Capricho extremeño, la antología publicada por primera vez en 1999, y que ahora se reedita convertida en otro y el mismo libro constituiría una excepción. “Nunca antes ni nunca tampoco después” volverá a permitir algo semejante.
Pero la literatura tiene sus propias leyes, con dificultad admite el modo imperativo. En Salón de los pasos perdidos hay una fabulosa colección de fragmentos, de muy desigual extensión –van desde las dos líneas hasta las casi cien páginas— que valen por sí mismos y que además presentan muy diversas valencias combinatorias. La estructura que les ha dado su autor —cada tomo se nos ofrece como el diario novelado de un año— es solo una de las posibles. Se pueden establecer otras combinaciones: las hagiografías de escritores amigos, las sarcásticas caricaturas de los rivales o de los amigos que han dejado de serlo, una colección de relatos de viaje, de visitas a las librerías de viejo… No faltan tampoco unas pungentes memorias de infancia y juventud ni unas minuciosas escenas de la vida conyugal. Fácil resulta profetizar que estos nuevos episodios nacionales y personales rara vez se reeditarán en su totalidad (aunque algunos ya se han reeditado en bolsillo), al contrario que los de Galdós, pero a cambio constituirán una cantera inagotable –como ocurre con la obra en prosa y verso de Juan Ramón Jiménez— de la que irán surgiendo nuevos títulos años tras año.
Ordenadas de distinta manera las mismas páginas nos dicen cosas distintas. Es lo que ocurre con este Capricho extremeño, que, en contra de lo que podrían sugerir título y prólogo, ni es un capricho de unos editores regionales ni tienen un interés meramente localista.
Son páginas virgilianas, cercanas a menudo a la prosa poética, pero en las que no falta la precisa observación realista, a veces con una nota de negro humor, páginas que ningún escritor de hoy podría escribir sin que nos sonaran a artificioso pastiche.
Durante los últimos treinta años Andrés Trapiello ha alternado la residencia en Madrid –paseos por el Rastro, opiniones contundentes sobre esto y aquello, sobre este y aquel, intrigas de la vida literaria—con las largas demoras en el Pago de San Clemente, situado cerca de Trujillo, donde posee "una casa vieja, un jardín y unos olivos". Allí ha querido llevar una vida de ilustrado propietario rural de otros tiempos (no muy distinta nos imaginamos que sería la de algunos contemporáneos de Horacio, Cervantes o Meléndez Valdés).
Detrás de Capricho extremeño se reconocen fácilmente los maestros. Uno de los más presentes es Miguel de Unamuno, el Unamuno de la intrahistoria y de las glosas de la vida familiar: “Observo a mis hijos, las horas muertas que se les vuelven siglos, el aburrimiento de buena parte de sus jornadas, y no puedo acordarme sino de aquellas horas mías muertas, y en cambio vivas ahora, resucitadas en ellos”. También están, claro, Azorín y el más cercano Muñoz Rojas de Las cosas del campo (en el último tomo del diario se traza de él una memorable semblanza). Pero el conjunto no podía haberlo escrito más que Andrés Trapiello. Solo él es capaz de escribir con la misma pasión y fruición de una lagartija, del dulce de membrillo, de las ciruelas, de las interminables siestas del verano extremeño, de las noches estrelladas, del humo que asciende y se deshace: “Más hermoso que el propio fuego del hogar serán siempre las hilachas del humo saliendo de la chimenea, humo azulado en la mañana de otoño, humo dormido entre las ramas enfermas de los olmos viejos. Y si el fuego es presente, el humo es presente y pasado y, para el viajero que lo ve de lejos, quieto en el valle sobre las casas viejas, para él sobre todo, que camina hacia la aldea, es nada más que futuro: el hogar que espera”.
Como en los diarios de otro tiempo, como en la vida rural, los cambios atmosféricos están muy presentes en unas páginas que, a veces, pocas veces, parecen un arcaizante ejercicio de estilo. El propio autor ironiza sobre ello. Pero la lluvia, la rara nieve, los días nublados, los días de sol, el prodigio del amanecer, los dilatados atardeceres aciertan a ser mostrados como lo que realmente son: milagros únicos, aunque infinitamente repetidos.
Unas pocas historias ajenas, unos pocos personajes, se ofrecen como contrapunto: el antiguo soldado alemán que apareció un día por el colegio en que el autor estuvo internado, el dueño de un cine de Trujillo, el retorcido aldeano que se contrapone al tópico idealizador: “Yo no sé de dónde se habrán sacado eso de la sabiduría de los hombres del campo. Por uno sabio, se topa con cien brutos y desalmados. Por un juicioso, cien berrocales y borrachos”.
No es, contra lo que pudiera parecer, Capricho extremeño un libro menor hecho de retazos más o menos brillantes. No deberían perdérselo ni los aficionados al campo ni, sobre todo, los que lo detestan.
Bastaría este título –y no es más que una gota en la desigual inmensidad de su obra— para otorgar a Andrés Trapiello un puesto singular en la historia de la literatura española. Debería permitir que más editores diligentes y buenos conocedores de su obra fueran extrayendo (y quizá limpiándolas de cierta ganga) las muchas obras ya impresas y sin embargo inéditas que se encuentran dispersas en ella.

3 comentarios:

  1. Una mínima observación: en el encabezado de la reseña se dice "Mérida, 2001". No conozco el libro, pero supongo que lo correcto será "2011".

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  2. Gracias. Ya está corregido

    JLGM

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  3. De nada, seguiré ojo avizor por mor de la rigurosidad bibliográfica.

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