jueves, 12 de enero de 2012

Jesús Aguado: Más es menos o el arte de editar

Jesús Aguado
El fugitivo. Poesía reunida (1985-2010)
Vaso Roto Ediciones. Madrid-México, 2011


Jesús Aguado es uno de los poetas de obra más valiosa, pero a la vez más profusa y contradictoria, surgidos en las últimas décadas. Por primera vez reúne su poesía en un volumen. Una buena ocasión para poner orden, señalar las líneas esenciales, orientar al lector.
            Una ocasión desaprovechada, a mi entender. Ni el prólogo de un crítico, Vicente Luis Mora, más dado a las generalizaciones que al análisis de la obra concreta, ni la nota final del autor, ayudan demasiado. “Recomiendo al lector –escribe el prologuista— que compare los poemas aquí aparecidos de El fugitivo con los que en su momento recogía la versión de Pre-Textos de 1998. Son dos libros distintos, pero es que Aguado es también ahora una persona distinta”.
¿Son dos libros distintos? Veamos las diferencias: en la primera edición el fragmento “caemos como plomada en manos de un albañil” se disponía en forma vertical, mientras que “y de repente somos una casa” dibujaba vagamente la silueta de una casa; con buen criterio se prescinde de esos ingenuos caligramas. Hay otros cambios, igualmente mínimos: se tachan algunos versos repetitivos, y el fragmento “una mano y un hilo / cada vez más pequeños / borrando el universo según vamos por él” se parte en dos, de modo que “según vamos por él” pase a la página siguiente, como un fragmento distinto. Unos cuantos retoques, bastante caprichosos por lo general, ¿lo convierten en un libro distinto de una persona distinta? No me lo parece.
            Hay otros cambios en esta recopilación, que el prologuista no señala, y que me parecen más significativos. Cuando El náufrago rescatado se publicó por primera vez en el 2001 el subtítulo indicaba que se trataba de “un manifiesto”. Ahora desaparece esa indicación, la nota inicial que explicaba el título (el artista es un náufrago que ha sido rescatado a su pesar) y el inicio del manifiesto, “hay que hacer un arte a la contra”, que daba sentido a cada párrafo: “contra la simplificación, contra la desmemoria (y a favor del olvido), contra el estrechamiento, contra la pertenencia, / contra la crítica utilizada como un cuerpo especial de desactivación de explosivos al servicio (consciente o inconscientemente) de los poderes, / contra la propiedad colectiva lograda a costa de la miseria individual”, etc. Pero por eliminar esos elementos explicativos lo que no era un poema –sino una acumulación de vagas buenas intenciones— no se convierte en un poema, sino en un cuerpo extraño más que dificulta la lectura de este confuso volumen.
            En Los poemas de Vikram Babu, publicado inicialmente por Hiperión, Jesús Aguado, buen conocedor y traductor de la poesía hindú, se inventa un heterónimo, Vikran Babu, que vivió en el siglo XVII, escribía en hindi y nunca salió de un pequeño pueblo a orillas del Ganges, cerca de Benarés, según nos informa en el breve prólogo. Dada su fama de sabio, le hacían numerosas consultas a las que respondía con “pequeñas composiciones poéticas que, en lugar de soluciones, ponían a cada cual en disposición de responderse a sí mismo”. El resultado es un conjunto de atractivos pastiches que a veces parecen parodiar la literatura de autoayuda. Pero en esta recopilación se prescinde de la ficción heteronímica y desaparece la figura del presunto autor, lo que no contribuye precisamente a clarificar el conjunto.
            En la nota final –que demuestra alguna confusión sobre lo que debe entenderse por “poesía reunida” o “poesía completa”— explica Jesús Aguado la división de su obra en dos partes: a partir de un determinado momento, la poesía deja de ser para él un juego, “por muy esencial que se quiera”, para convertirse “en un método para evitar que jueguen con uno, que el mundo le juegue una mala pasada a uno”. Y añade, provocando la perplejidad de cualquier lector con algún sentido crítico, que esa es la razón “por la que ya no pienso tanto en poemas sueltos, como en bloques unitarios”. ¿Los bloques unitarios se prestan menos al juego, evitan que “el mundo nos juegue una mala pasada” mejor que los poemas sueltos? Convendría que el autor se tomara la molestia de explicarnos cómo.
            “Una de las pocas cosas claras que sigo teniendo es que uno tiene que huir de sus libros antes de que estos le alcancen”, escribe más adelante. Y el prologuista subraya “la diversidad de su obra, enemiga de seguir dos veces la misma estrategia estética”. Ambas afirmaciones se pueden contradecir fácilmente. Uno de los libros más conseguidos de la que Jesús Aguado denomina su primera etapa se titula Los amores imposibles (son poemas narrativos y bienhumoradamente imaginativos); más adelante insistirá en la misma fórmula con Nuevos amores imposibles. También habrá unos Nuevos poemas de Vikram Babu. Jesús Aguado es un poeta que gusta tanto de ensayar nuevos caminos –aunque a veces no lleven a ninguna parte— como de insistir en las recetas en las que se encuentra más cómodo.
            El poeta no siempre es el mejor crítico ni el mejor editor de su propia obra. Reunir los poemas y los libros dispersos debe contribuir a darles un nuevo y mejor sentido, o al menos, a aclarar su sentido, no a volverlo más confuso. En una buena edición, el conjunto vale más que las piezas por separado. No ocurre así con esta poesía reunida de Jesús Aguado, un autor que no siempre acierta a distinguir poemas de ejercicios poéticos, lo fundamental de lo circunstancial.
            En poesía, como en tantas otras cosas, más es menos, todo lo que no es imprescindible sobra. A Jesús Aguado 537 páginas no le parecen suficientes para contener sus poesías completas (se refiere una y otra vez a lo que ha dejado fuera); yo creo más bien que sus poesías completas, verdaderamente completas, caben en la mitad de esas páginas. Lo mismo que en un haiku (y él los ha escrito espléndidos) puede haber más poesía que en un poema de quinientos versos.
Editar tiene mucho de arte invisible. El buen editor –de obra propia o ajena— es el que se nota lo menos posible. 

1 comentario:

  1. Interesante reseña. No conozco a Jesús Aguado, pero he aprendido mucho sobre el arte de poetizar leyendo este artículo. Es un largo camino, lleno de tropiezos, y quizás, como tu dices, será mejor sintetizar todo en un haiku. 537 páginas...! Aristóteles, en su Retórica (y quizás también en Poética), afirma que los poetas excelsos resumen en pocos versos lo que un filósofo necesita completar en tomos inmensos. Sigo este blog para continuar mi aprendizaje. Saludos desde Argentina.

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