jueves, 24 de mayo de 2012

Poetas en Nueva York o de la imposibilidad de la crítica sin crítica


Julio Neira
Historia poética de Nueva York en la España contemporánea
Ediciones Cátedra. 
Madrid, 2012


La ciudad de Nueva York es una de las capitales de la poesía española del siglo XX. Tres de los libros fundamentales de ese siglo se escribieron (al menos parcialmente) en ella y la tienen como escenario: Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez, Poeta en Nueva York, de García Lorca, y Cuaderno de Nueva York, de José Hierro. Pero la ciudad no solo está presente en esos poetas, también en muchos otros que allí habitaron, como Dionisio Cañas, o viajaron reiteradamente, como Luis García Montero. Un estudio dedicado a la huella poética de Nueva York en la poesía contemporánea resulta del mayor interés. Pero el que le acaba de dedicar Julio Neira, a pesar de su laboriosidad y de sus buenas intenciones, resulta finalmente frustrado. No cumple lo que promete. Se queda, sobre todo en su segunda mitad, en un acopio de inane erudición.
            La razón de ese fracaso me parece muy significativa, es frecuente en los estudios literarios referidos a autores contemporáneos. A la hora de seleccionar los autores, Julio Neira declara expresamente en el prólogo que no ha tenido en cuenta ni los “estándares estilísticos” ni la “calidad poética”. A esta última la considera un concepto “irremediablemente subjetivo”. Reconoce que el nivel estético del corpus analizado es “muy irregular”, pero no le importa: su propósito ha sido “comprobar cómo han tratado el fenómeno de Nueva York los poetas españoles en su conjunto”.
            Julio Neira toma la expresión “poetas españoles” en su sentido más amplio: todo aquel que sea español, o haya residido algún tiempo en España, y haya escrito algún poema. Lo cual viene a ser como considerar “fotógrafo español” a cualquiera que haya hecho alguna vez una fotografía.
            ¿Tendría algún interés una recopilación  titulada “Nueva York vista por fotógrafos españoles” en la que se pidiera, se buscara y se aceptara cualquier instantánea del más torpe turística? “Aparece Nueva York, pues vale”, diría el comisario de esa exposición si actuara como Julio Neira.
            A los poetas que conoce, el investigador les ha pedido que rebusquen entre sus inéditos si tienen algún texto que se refiera a Nueva York. Y no han faltado quienes le han hecho caso y han rebuscado incluso en la papelera: Luis Antonio de Villena le envía un viejo texto de 1978 desechado porque le parecía demasiado tópico. A veces da la impresión de que algunos autores han escrito expresamente, ante la insistencia del estudioso, circunstanciales versos para aparecer en el estudio. Da un poco de vergüenza ajena leer las colaboraciones de Jorge Urrutia o de Joaquín Gallego, por citar solo dos ejemplos.
            Se puede prescindir del criterio de “calidad poética” cuando un Ayuntamiento o una Caja de Ahorros (de las de antes) financia un lujoso volumen de versos de hoy o de ayer dedicados a cantar la ciudad: todo vale en una antología sobre Pontevedra o sobre Hospitalet aparecida con motivo de las fiestas patronales. Un estudio publicado por una editorial seria en una colección de crítica literaria requiere otras exigencias.
            Importan menos los errores de detalle, como incluir a Ramón Menéndez Pidal entre los exiliados republicanos en Estados Unidos (p. 73);  calificar de “libro póstumo” (p. 170) a Casi una leyenda, de Claudio Rodríguez (es de 1991, su autor murió en 1999), o no tener muy claro qué río es el que cruza el puente de Brooklyn: comentando (pp. 121-122) la “Canción del ensimismado en el Puente de Brooklyn”, de José Hierro, señala que en ese poema “una mujer misteriosa le ofrece un periódico y le insta a contemplar los muertos que bajan en las aguas del Hudson” (en el poema son los muertos que bajan “en las aguas del río”, y ese río, claro, es el East River).
            Incluso podría resultar también disculpable que, tras indicar que restringe al máximo las notas a pie de página, incluya una extensa para aclararnos que “el leonés José María de Juan, diplomado en Turismo y Licenciado en Humanidades, ha trabajado como agente de viajes, traductor y guía de turismo nacional e internacional. Es consultor turístico, especializado en turismo cultural y de la naturaleza, presidente de la Sociedad Española de Ecoturismo” (el currículum entero de este ilustre vate está en la página 256).
            El error fundamental es prescindir del criterio y del rigor a la hora de seleccionar a los poetas. La calidad no es un concepto “irremediablemente subjetivo”, sino intersubjetivo. ¿Cualquier persona que haya escrito unos versos en el siglo XX es un poeta del siglo XX? Lo primero que tiene que hacer un estudioso de cualquier tema en la poesía del siglo XX, y de lo que va del XXI, es determinar cuáles son los nombres significativos, no hacer un recuento exhaustivo de todos los libros en verso que se han publicado. Eso resulta tanto más difícil cuanto más nos acercamos al presente. Ahí caben las apuestas. El estudioso arriesga a la hora de determinar los nombres que considera deben ser tenidos en cuenta, aunque sobre ellos no haya todavía un consenso crítico.
            Julio Neira, coleccionista acrítico de textos sobre Nueva York, no duda en preguntarle a cualquier poeta que ha pasado por esa ciudad si ha escrito algo sobre ella. Fernando Delgado, según se nos indica en la p. 169, le confiesa que no: le parece “demasiado tópico hacerlo”. Otros, menos exigentes, ante la insistente petición del estudioso, han escrito a propósito algunas de las nimiedades que recoge el apéndice.
            No quiere esto decir que el estudio de Julio Neira sobre Nueva York y la poesía española hubiera debido limitarse a los nombres consabidos –Juan Ramón, Lorca, Hierro–, todo lo contrario: hay otros muchos, desconocidos por el gran público, que nos ofrecen en sus versos facetas inéditas de la ciudad, que siguen convirtiéndola en uno de los escenarios predilectos de la poesía contemporánea. Y Julio Neira se ocupa de ellos, y en ocasiones con singular acierto, pero también, y sin cambiar el tono, de docenas y docenas de insignificancias. El resultado es un centón en absoluto prescindible: ejemplifica bien cómo no debe hacerse la crítica literaria.

2 comentarios:

  1. Lamentando el fuera de tema -desde un punto de vista estricto y limitado; pero el espacio sobra en Internet, lo que escasea es el tiempo.

    Un aveugle (Jorge Luis Borges)

    Je ne sais quel visage me considère
    quand je regarde le visage de la glace;
    je ne sais quel ancien guette en son palace
    de silencieuse et fatiguée colère.

    Lent dans mon ombre, de la main j´explore
    mes invisibles traits. Une déchirure
    m´atteint. J´ai entrevu ta chevelure
    qui est de cendre ou est encore d´or.

    Je répète que j´ai perdu seulement
    la surface vaine des choses.
    Le réconfort est de Milton et il est vaillant,

    mais je pense aux lettres et aux roses.
    Je pense que si je pouvais voir ma figure
    je saurais qui je suis en ce soir d´enluminure.

    (Traduit le 15/06/2011)
    --------------------------------
    Un Ciego (Jorge Luis Borges)

    No sé cuál es la cara que me mira
    cuando miro la cara del espejo;
    no sé qué anciano acecha en su reflejo
    con silenciosa y ya cansada ira.

    Lento en mi sombra, con la mano exploro
    mis invisibles rasgos. Un destello
    me alcanza. He vislumbrado tu cabello
    que es de ceniza o es aún de oro.

    Repito que he perdido solamente
    la vana superficie de las cosas.
    El consuelo es de Milton y es valiente,

    pero pienso en las letras y en las rosas.
    Pienso que si pudiera ver mi cara
    sabría quién soy en esta tarde rara.

    ResponderEliminar
  2. Julio Neira en su línea. Debe hacer lustros que no pisa una hemeroteca y no trabaja en serio.

    ResponderEliminar