martes, 12 de junio de 2012

Valentí Puig: Aquellos años ochenta


Valentí Puig
Ratas en el jardín
Libros del Asteroride
Barcelona, 2012


El diario literario es, en la escritura española, un género reciente. Data de los años ochenta. Valentí Puig se encuentra entre los más tempranos cultivadores. De 1982 es su primera entrega, aparecida ese año en catalán e inmediatamente traducida al castellano en una editorial ligada a uno de los grandes cultivadores del género, Andrés Trapiello. Abarcaba ese diario la década anterior. La distancia entre escritura y publicación se iría alejando hasta llegar a Ratas en el jardín, notas correspondientes a 1985 que se publican más de un cuarto de siglo después.
            Ese hecho no resulta indiferente a la hora de valorar el volumen. Un diario se escribe siempre en dos tiempos. Uno es el día a día de la anotación primera, redactada sin tener en cuenta la anterior ni, por supuesto, la siguiente, y otro el momento de la corrección y puesta en limpio con vistas a una inmediata o futura publicación. La autoría de un diario es siempre doble y tan importante es el escritor primero como el editor de después. En el caso de los diarios póstumos (los únicos existentes, con raras excepciones, hasta el siglo XX) se trata de dos personas distintas. La segunda puede cambiar para la misma obra y por eso hay tantas versiones del diario de Amiel, por citar uno de los ejemplos más conocidos.
            No resulta indiferente que el editor de un diario (en la acepción que damos aquí al término) sea el mismo autor u otra persona distinta. El propio autor tiene mayor libertad. No suele considerar sus notas como un intocable documento histórico y por eso corta pasajes que han perdido interés o corrige las frases de deficiente sintaxis por el apresuramiento de la primera redacción.
            Ratas en el jardín lo leeríamos de una manera distinta si hubiera sido publicado en fechas próximas a la escritura y ahora se reeditara. Paradójicamente aún siendo el mismo texto tendría un valor diferente. Un valor mayor, creo yo. Y  es que un diario, aunque sea excelente literatura, no es solo literatura. Nada de lo que digamos de un personaje de novela puede ser desmentido desde fuera de la obra. Ana Ozores es rubia o morena, guapa o fea, según nos lo indique el narrador de La Regenta. Un diarista puede engañarse y, lo que es peor, engañarnos deliberadamente. La libertad del novelista, género de ficción, no la tiene el diarista, que hace literatura con la historia de su vida.
Una de las anotaciones de Ratas en el jardín dice así: “Noche de bares en Madrid. Veo a  R. C., el crítico literario que ha demostrado que se puede escribir con los pies. Su motor espiritual debe de ser el resentimiento. Huele a vinazo, y ha escrito un libro blanchotiano que ha conseguido editar gracias al chantaje. Conspirador de premios y jurados, no distingue entre Tácito y Tucídides. Pasó de la falange al comunismo. También habría encajado bien en el proceso inverso. Cita un libro como quien lee un horario de trenes”.
Este desahogo, escrito probablemente tras una reseña poco amable sobre un libro de Puig, publicado en vida de Rafael  Conte, le habría permitido defenderse (e incluso contar su versión de la “noche de bares”). Mantenerlo tantos años después dice poco de la categoría moral del autor (un concepto que en los diarios tiene su importancia).
            También a Sartre se le “ejecuta” en unas pocas líneas (se le reduce a ser un “mentor de terroristas”), pero eso importa menos, porque Sartre tiene obviamente una dimensión muy distinta de la de Rafael Conte.
            Valentí Puig hace literatura, y excelente literatura, en muchas de las páginas de Ratas en el jardín. Satiriza con inteligencia los modos de la burguesía mallorquina de los años ochenta y se presenta a sí mismo como un burgués que sabe gozar de la vida, como un solterón que no desdeña precisamente los buenos vinos ni los buenos burdeles. También nos da, acá y allá, sus opiniones políticas, a contrapelo del progresismo de la época (es un gran defensor de Ronald Reagan, por ejemplo).
            Un dietario es siempre un autorretrato y tiene mucho de conversación con el autor. El Puig del 2011 se muestra demasiado benévolo con el que fue en 1985. Le perdona cualquier obviedad o vaguedad: “La vida intelectual es acto de soledad y pocas veces un acto solidario”, “¿Por qué perdemos tanto tiempo hablando –mal— de los demás?” (Pues porque es uno de los temas de conversación que más entretiene, se le podría contestar), “He aquí un tiempo con una disposición expansiva para enaltecer la traición”.
            A Rafael Conte le presenta como “conspirador de premios y jurados”, pero él para presentarse a un premio quiere que el editor que lo convoca le dé “la absoluta seguridad de que va a ganarlo”.
            Los dietarios, como las fotografías, ganan con el tiempo (sobre todo las fotografías que no pretenden ser artísticas y los diarios que no aspiran a ser gran obra literaria). Ratas en el jardín está lleno de pequeños detalles que nos remiten a otra época. Por eso se lee con gusto, aunque el  Valentí Puig que pasa de los sesenta años haya sido tan benévolo con las ocurrencias y naderías del Valentí Puig que se encontraba en la treintena. Quizá es que no se diferencian demasiado.

3 comentarios:

  1. Curioso error (porque es un error, ¿verdad?), llamar en el último párrafo al libro "Días de rata". Creo que Freud lo disfrutaría grandemente.

    ResponderEliminar
  2. Ay, ese lapsus lingüe: Días de rata. No es mal título.

    ResponderEliminar
  3. Es un error, ciertamente. Ya está corregido. Menos mal. Gracias por advertírmelo.

    JLGM

    ResponderEliminar