martes, 30 de octubre de 2012

Alberto Manguel: La pasión por la lectura


Alberto Manguel
El sueño del Rey Rojo.
Lecturas y relecturas sobre las palabras y el mundo
Alianza Editorial. Madrid, 2012


Una historia de la lectura se titula el libro que hizo famoso a Alberto Manguel. Todas sus otras obras podrían titularse de la misma manera. También esta generosa miscelánea a la que tratan de dar unidad las citas, no siempre pertinentes, de Alicia en el País de las Maravillas y A través del espejo, colocadas al comienzo de cada una de las secciones y cada uno de los capítulos.
            Los lectores habituales de Manguel encontrarán abundantes anécdotas, citas y referencias que les resultan familiares. Como Borges, su maestro, Manguel gusta de las variaciones y las reincidencias, y vuelve siempre a determinados episodios biográficos que se convierten en los puntos de apoyo de su reflexión sobre la lectura.
            La biografía de Manguel es parte de su obra, y parte esencial. Nació en Argentina, pero su primera infancia transcurrió en Tel Aviv. A los ocho años, cuando regresó a Buenos Aires, hablaba inglés y alemán, pero no español. Su adolescencia fue Argentina, pero después de deambular por distintos países, adoptó la nacionalidad canadiense. Actualmente reside en Francia, en una casa de campo reconstruida especialmente para contener su prodigiosa biblioteca. Escribe en inglés. Lee en las principales lenguas de cultura.
            Mucho tiene en común con Borges, es casi uno de sus personajes, pero hay algo fundamental que los diferencia: el estilo. Borges busca la calidad de página: cualquier fragmento suyo resulta inconfundible. Con una expresión de otro tiempo podríamos decir que es un maestro del idioma (del idioma español, aunque conociera muchos otros, y el inglés le resultara casi tan propio como el español). Manguel es todo lo contrario de un estilista. Cierto que lo leemos traducido (y no siempre elegantemente traducido: se habla de “reportar”, de “copias” en lugar de “ejemplares”), pero no da la impresión de que en él, que se educó en varias, se produzca la íntima conexión con una lengua que caracteriza al creador.
            Como Borges, Manguel es un autodidacta: su formación académica terminó con el bachillerato. Eso le ha permitido no ser un especialista, o mejor, serlo a su manera. Ha convertido su afición a la lectura en una profesión. Y nos habla de Dante, de Homero, de Shakespeare o Cervantes con una pasión y un conocimiento que no están al alcance de ningún riguroso especialista universitario.
            Para Manguel, la relación con los libros es parte de su vida, y por eso hable de lo que hable acostumbra a comenzar hablándonos de su vida: la infancia en Tel Aviv, donde su padre, judío, fue nombrado por Perón primer embajador en el recién creado estado de Israel; el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde tuvo profesores excepcionales, como Isaías Lerner, o el profesor que le descubrió a Kafka y a la gran literatura contemporánea y que luego resultó un delator de sus estudiantes ante los militares; sus andanzas bohemias en París y Londres; los muchos oficios que tuvo antes de conseguir que su afición de siempre, la lectura, se convirtiera en el gran tema de su escritura y en la base de toda su actividad profesional.
            Manguel, contra lo que pudiera parecerse, no se refugia en la biblioteca, o si lo hace, se trata de una biblioteca con grandes ventanales abiertos al mundo. Con amena erudición nos habla del origen del punto o esboza una “breve historia de la página”, pero también traza una semblanza ejemplar del Che Guevara o arremete contra los intentos de amnistiar a los militares argentinos y pasar página de la barbarie genocida de la dictadura.
            Al contrario que Borges, que  procuraba dejar al margen de la literatura sus opiniones políticas o de otro tipo (tan irritantes a veces), Manguel no nos ahorra sus, a ratos, discutibles opiniones sobre esto y aquello. En ocasiones da la impresión de que se siente un hombre de otro tiempo, el último representante de una estirpe a extinguir. Sirvan como ejemplo sus afirmaciones sobre Internet y la lectura: “Los bibliotecarios de hoy se ven enfrentados cada vez más a un problema desconcertante: los usuarios de la biblioteca, sobre todo los más jóvenes, ya no saben leer competentemente. Pueden encontrar y seguir un texto electrónico, pueden cortar párrafos de diferentes fuentes de Internet y recombinarlos en una sola pieza, pero no parecen capaces de comentar y criticar y glosar y memorizar el sentido de una página impresa. El texto electrónico, por su misma accesibilidad, les brinda a los usuarios la ilusión de apropiación sin las dificultades que conlleva el aprendizaje. El propósito esencial de la lectura se les escapa, y lo único que queda es acumular información, para usarla cuando haga falta”.
            ¿Pero en qué época los jóvenes –así en general– supieron leer “competentemente”? Cuando Manguel estudiaba su bachillerato en el elitista Colegio Nacional durante el peronismo, ¿la mayoría de los jóvenes argentinos sabía leer “competentemente”? ¿Saben leer “competentemente” la mayoría de los adultos de su edad, formados antes de Internet? ¿Antes los jóvenes eran capaces de “comentar y criticar y glosar y memorizar el sentido de una página impresa” y ahora no? Antes y ahora, solo una minoría bien formaba era capaz de eso, y esa minoría no ha menguado, sino todo lo contrario.
            Pero si de vez en cuando dormitaba Homero, ¿cómo no iba a hacerlo Alberto Manguel, lúcido erudito que deja de serlo cuando le deslumbran los destellos del texto electrónico? Se lo perdonamos por lo mucho que ha leído y por lo bien que sabe contagiarnos su pasión por la lectura.

1 comentario:

  1. Leí parte de Una historia de la lectura, me resultó amenopero no lo acabé porque me cuesta acarrear con el desde la biblioteca hasta casa.
    De acuerdo con las observaciones de JLGM sobre el antes y despúes en la formación de los jóvenes, pero por desgracia es como cuando S.Pinker pone de manifiestos el hecho de que "no venden las visiones positivas" aunque estén avaladas por lo hechos.Igual pasa con la lectura, los estudios universitarios, las oposiciones,está asentada la idea de el pasado siempre es mejor.
    Javier

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