jueves, 31 de octubre de 2013

José Muñoz Millanes: Centón y taracea de París



La ciudad de los pasos lejanos
     José Muñoz Millanes
     Pre-Textos. Valencia, 2013.


“París no se acaba nunca” afirmó Vila-Matas en el título de uno de sus más sugestivos libros. Y buena muestra de ello es que en la colección Cosmópolis, de editorial Pre-Textos, dedicada a las ciudades, con apenas una docena de títulos, ya hay tres que tienen por protagonista a París.
            La ciudad de los pasos lejanos, el más reciente de ellos, es obra de un minucioso erudito y de un tácito poeta, de un sabio catedrático y de un peculiar personaje, José Muñoz Millanes, que protagoniza más de una página en los diarios de su amigo Andrés Trapiello.
            “Azorín y París” se titula el primer capítulo y resume el núcleo inicial del volumen. Tres largos años, los de la guerra civil, los pasó Azorín en París y en su literatura de entonces, y de después, esa ciudad ocupa un lugar importante: le dedicó un libro que es casi una peculiar guía turística, París, varios capítulos de sus Memorias inmemoriales, y la convirtió en el escenario de los relatos de Españoles en París y de la novela María Fontán.
            Azorín, que se pasó la vida leyendo en francés, que era afrancesado por formación y carácter, no hablaba esa lengua. Los tres años en que residió en París se dedicó a callejear, a observar, a descubrir secretos rincones, a sentarse en las estaciones del metro a ver pasar los trenes, como seguiría haciendo luego en Madrid.
            José Muñoz Millanes ha dedicado dos licencias sabáticas del Lehman Collage (City University of New York) a seguir los pasos de Azorín, y nos aclara puntillosamente cada una de sus referencias y nos cuenta que ha cambiado y qué permanece de aquel París. A veces cita a otros escritores que se refirieron a los mismos lugares. El más frecuente de ellos es Patrick Modiano, casi otro protagonista del libro, quien mejor ha reflejado la atmósfera turbia de los años treinta y de la ocupación, aunque no La conociera personalmente.
            Aparecen luego Pío Baroja y José Gutiérrez Solana, que también coincidieron en el exilio de París, y Gonzalo Torrente Ballester, que allí estaba como estudiante cuando comenzó la guerra y que recrea esa estancia en su novela Javier Mariño. Y docenas y docenas de referencias de otros escritores o de películas que transcurren en los mismos escenarios. Se echa en falta una bibliografía de obras citadas, a veces de manera no demasiado precisa, algo que contrasta con el rigor académico de otras obras del autor.
            José Muñoz Millanes ha estudiado, ha traducido y cita con frecuencia a Walter Benjamim. Su Libro de los Pasajes, inacabada recopilación de fragmentos sobre París, puede ser considerado como un modelo de este volumen.
            Poco parece interesar actualmente la literatura de Azorín, apenas un nombre en los manuales de literatura para la mayoría de los lectores; poco parece que pueda interesar seguir sus pasos por un París tan poco espectacular como el que muestran las fotografías en blanco y negro que ilustran el volumen.
            Y sin embargo el lector que no se deje llevar por la impaciencia que a menudo producen el detallismo de Azorín y el de su comentarista resultará recompensado con creces, porque pocos libros habrá que reflejen mejor la secreta poesía de una ciudad, hecha de cotidianidad y de misterio, de trivialidad y magia.
            Una magia que está en los detalles, en los pequeños detalles exactos que unen el ayer con el hoy, la ficción con la realidad.
            Con el París de Azorín se entremezcla el de Baroja, menos apacible, más próximo al mundo sanguinolento de los folletines y las historias de crímenes que al novelista tanto le gustaban. Los paseos solitarios de Baroja por los alrededores del parque Montsouris llevan a Muñoz Millanes a hablarnos de los subterráneos del distrito catorce o de la cárcel de la Santé, ocasionados por las canteras de piedra de talla explotadas desde la Edad Media. “A diferencia de los túneles del metro, tan recientes, esta red subterránea de canteras y catacumbas había fascinado a lo largo de los siglos la imaginación popular: se trataba de un espacio inmediato y, a la vez, remoto por su carácter amenazador e incontrolable (oscuridad, laberinto de galerías, derrumbes). Era la sede, además, de los folletinescos ‘misterios de París’: allí, según los rumores, operaban bandas de delincuentes y contrabandistas, se celebraban aquelarres y se refugiaban los subversivos”. La cárcel de la Santé, tan presente en la literatura y en la memoria popular, resulta casi invisible desde la calle. Hay que alejarse lo más posible del muro que la rodea para escudriñar el edifico, que no parece una cárcel sino “una imponente fortaleza alargada, desde donde parece que van a disparar unos arqueros asiáticos, como en algún relato de Italo Calvino o Dino Buzzati o en una película feudal de Kurosawa”.
            De los mil y un libros dedicados a París, La ciudad de los pasos lejanos –centón y taracea– resulta sin duda el más insólito, pero no el menos fascinante. Al lector le importa poco que sobre el capítulo final o los desconchados eruditos de acá y de allá. José Muñoz Millanes nos enseña a ver, a mirar de otra manera la realidad y la ficción, a perdernos y encontrarnos en los caminos que llevan de una a otra.

            

5 comentarios:

  1. Es tentador imaginar lo que haría Freud con ese Patrick "Mediano" que se cita. La realidad, supongo, es más prosaica, y seguramente tiene que ver con el corrector automático. Yo lo tengo desconectado, que ya me conozco sus tretas.

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  2. Una buena medida. Pero yo tengo otro corrector que nunca falla, el de los atentos lectores. Muchas gracias.

    JLGM

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  3. http://books.google.es/books?id=Kd_l4FneuVUC&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false

    WALTER BENJAMIN, “Libro de los Pasajes”: Akal, 2004. 1104 páginas: vía búsqueda no se muestra ninguna, pero una a una sí puede leerse casi todo el libro, tan lleno de buenos bocados (“apuntes y materiales”). De ejemplo, dos fragmentos de la “flânerie” y erudición de don Gualterio.

    “Delante de la entrada del pasaje, un buzón: una última oportunidad de enviar una señal al mundo que se abandona.” ("París arcaico, catacumbas, demoliciones, ocaso de París”, pág. 115).

    «Las 4.054 barricadas de las “Tres Gloriosas” contaban con 8.125.000 adoquines». “Le Romantisme” [El Romanticismo] [Catálogo de la exposición (en la Biblioteca Nacional], 22 de enero – 10 de marzo de 1930, nota aclaratoria al nº 635 , A. de Grandsagne y M. Plant, “Revolución de 1830, plano de combates de París”]» (“Haussmannización, lucha de barricadas”, pág. 163).

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  4. "París no se acaba nunca" es el título del último capítulo de "París era una fiesta" de Hemingway.
    De ahí lo toma Vila-Matas.

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