sábado, 30 de mayo de 2015

Aurora Luque, técnica y magia

J

Personal & político
Aurora Luque
Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2015.

Desde hace más de veinte años, desde su libro Carpe noctem, Aurora Luque parece utilizar la misma fórmula para escribir sus poemas, una formula que entremezcla referencias al mundo clásico con otras rigurosamente contemporáneas, alusiones librescas con anécdotas autobiográficas, lenguaje culto con coloquial, incluso jergal. ¿La misma fórmula? Quizá sí, pero nunca cansa porque siempre añade un ingrediente secreto que convierte la rutinaria técnica en asombro y magia.
            Personal & político reúne dos cuadernos viajeros, uno dedicado a su tierra natal, el sureste de Andalucía, y otro a lo que ella llama “vieja América”, la costa Este de Estados Unidos. En ambos las referencias biográficas alternan –y de ahí el título– con las miradas críticas sobre el mundo de hoy.
            El primer poema –“Carboneras, verano 2013”– incide en el clásico “carpe diem” a partir de unos versos de Alceo y de una advertencia paterna repetida siempre en los veranos de la infancia. El “empápate de vino” y el “empápate de yodo” se transforma en los últimos versos: “Empápate de luz azul los ojos. / Esta mañana de olas voluptuosas / arde el mundo de pura plenitud. / Arenas primordiales, azul denso, sol claro. / Guárdalo en la memoria, protegido, / como licor que abrigue / cuando llegue el glaciar de la vejez”.
            A Aurora Luque le gustan los juegos y las variaciones en sus versos. “Jugar con Ronsard” y “Jugar con Yeats” se titulan dos de los poemas. En el famoso soneto a Helena de Ronsard, como en la imitación de Yeats,  se evoca a la amada, ya vieja, sentada junto al fuego, leyendo los versos de amor que un tiempo le dedicó el poeta. Aurora Luque adopta el punto de vista femenino y dice lo mismo con palabras de hoy, con palabras de siempre: “Cuando seas ya viejo, sombrío y arrugado / y te apartes hastiado de pantallas y nietos, / tomarás este libro de papel amarillo / y hallarás en mis versos tus ojos juveniles”. Otros textos seleccionan definiciones de un crucigrama o ponen en verso (con ciertas libertades) la descripción del bronce de Hércules que ofrece la audioguía del Museo Arqueológico de Cádiz.
            Uno de los secretos del arte de Aurora Luque consiste en empezar el poema en voz baja, con alguna referencia anecdótica, como si fueran una simple nota. Algunos ejemplos: los primeros versos de “Paulonia” nos informan de que el poeta Manuel Moya está plantando un huerto; la etimología de “catástrofe” se nos explica al inicio del poema así titulado; “Alsinas” evoca los viejos autobuses de su infancia. Pero, como en el famoso poema de Manuel Machado, Aurora Luque sabe hacer de la prosa de la cotidianidad o de la erudición “otra cosa”. También de la prosa de la publicidad, irónicamente utilizada en “Temporada de cruceros” y subrayando lo cercana que está a menudo a la poesía colocando como lema de uno de sus poemas un eslogan publicitario: “La infancia es el desayuno de la vida”.
            “Cuaderno vieja América”, la segunda parte del libro, comienza con poemas inspirados en algunas series televisivas (Mad Man, Breaking Bad…) e incluye un brillante “Rap para la romería de Steve Jobs”, cuyas estrofas monorrimas están escritas a la vez de forma irónica y con mucha seriedad: “Realizó sus milagros: justa es la idolatría. / La música del mundo guardó en una cajita / que se guarda en la palma cual una monedita. / La envidia de los dioses le ha quitado la vida”.
            Otros poemas están inspirados en lo que podríamos llamar excursiones literarias: a la casa en la que vivió Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, o a la de Emily Dickinson, en Amherst; “¿Dónde están las iguanas?” evoca el Nueva York de Lorca (y el de Moreno Villa); “La estación de Mount Holyoke” trae el recuerdo de un poeta que allí vivió los años más oscuros de su exilio; Luis Cernuda; la “Tumba en el lago Seneca” del poema final es la Paul Bowles.
            Que a veces el poema se quede en mera anécdota es uno de los riesgos de la poesía de Aurora Luque, aunque por lo general acierta a evitarlo. “Viajaba un tipo raro en aquel tren / que iba de Nueva York a Massachusetts” comienza “Con la muerte a la cintura”. La anécdota que protagoniza “aquel colgado” que se pasea por los pasillos con “una muñeca hinchable terrorífica” atada a su cintura no es más que un símbolo de la condición humana: aquel tipo hacía lo que todos, “acarrear la muerte / por los tambaleantes pasillos de la vida”.
            Aurora Luque no se deja tentar por pretenciosas vaguedades más o menos filosóficas, escribe siempre con la sensualidad de la inteligencia, ama el detalle exacto, la fórmula verbal precisa y memorable, “una gota de ámbar / para guardar un élitro”.        

sábado, 23 de mayo de 2015

Ricardo Senabre, lector empedernido


El lector desprevenido
Ricardo Senabre
Ediciones Nobel. Oviedo, 2015.

El crítico, el buen crítico, nos enseña a leer de otra manera y nos muestra lo que merece la pena ser leído. En las últimas décadas, ningún crítico mejor que Ricardo Senabre. Unía la minucia y el rigor de la crítica académica con la curiosidad por lo nuevo y la agilidad de la crítica periodística. Durante más de medio siglo –su primer libro es de 1964– no dejó de leer y de tomar notas sobre lo leído ni un solo día.
            El lector desprevenido no es, contra lo que pudiera pensarse, una obra menor, una apresurada recopilación póstuma a modo de homenaje. Se trata de una síntesis de su concepción de la literatura y de un espléndido recorrido por toda la historia de la literatura española desde el poema de Mio Cid hasta los narradores más recientes, los dados a conocer en los últimos años. El estilo es didáctico, claro, sin tecnicismos inútiles. La obra va dirigida al lector común, pero no por ello resulta menos útil a los especialistas. Puede ser leída con tanto provecho tanto por el alumno que se inicia en los estudios literarios como por el catedrático que acumula sexenios.
            El lector desprevenido es un libro de tesis, una tesis que puede resumirse en su afirmación final: “la literatura se sustenta en la literatura y la dilata, la prolonga, la transforma y la explica”. Tal hecho resulta sobre todo evidente en las obras analizadas en dos de los capítulos del libro, significativamente titulados “Plagios, intertextos, autocitas” e “Imitaciones, apócrifos y reescrituras”. Vale, sin embargo, para cualquier tipo de texto literario, como el poema “No volveré a ser joven”, de Jaime Gil de Biedma, cuyos conocidos versos finales (“envejecer, morir / es el único argumento de la obra”) replican a Jorge Guillén quien en El argumento de la obra (un comentario a Cántico) escribió que “vivir no es un ir muriendo”.
            En la obra literaria, insiste una y otra vez Senabre, lo vivido importa menos que lo leído. A veces da la impresión de exagera un tanto su tesis, quizá para contrarrestar mejor ciertos tópicos extendidos entre el lector común y entre la crítica literaria tradicional. Rechaza, con mucha razón, la explicación biográfica de las Rimas de Bécquer, su lectura ingenua: las ideas de Schiller expuestas en Sobre la educación estética del hombre tendrían en ellas más importancia que las concretas experiencias amorosas vividas por el poeta.
            Sus comentarios a Los pobrecitos, de Alfonso Paso, ejemplifica bien la parcialidad de Ricardo Senabre (una parcialidad que en nada limita el valor de su libro, pero que lo hace más atractivamente polémico). Los pobrecitos se estrenó en 1956 y es una de las piezas más destacadas de un autor prolífico, de mucho éxito en su tiempo, y hoy olvidado. Alfredo Marqueríe, “obsesionado por la correspondencia entre vida y literatura” (a Senabre, en cambio, lo que le obsesiona es la correspondencia entre literatura y literatura), cuenta que el comediógrafo, en 1952, recién casado, se alojó en una pensión modesta y que esa experiencia “luego serviría de inspiración y de base para una de sus más famosas obras: Los pobrecitos”. No está de acuerdo Senabre. En su opinión el origen de la obra se encuentra en una pieza de teatro radiofónico publicada por Ellery Queen. Revista de misterio en 1954, y ciertamente la trama argumental de ambas obras ofrece amplias coincidencias, pero eso no invalida la “insostenible afirmación de Marqueríe”, como la califica Senabre.
            Si cuestionable a veces en sus afirmaciones generales, en las que reacciona con algún exceso contra ciertas ideas muy extendidas, nada más iluminador que el análisis que nos ofrece de pasajes concretos de ciertas obras. Su libro es una admirable colección de comentarios de textos, sean estos algunos sonetos del siglo de oro o los fragmentos de alguna novela de Galdós o de Luciano G. Egido.
            En el rastreo de fuentes (en la humorísticamente llamada “crítica hidráulica”, que él reivindica), Senabre no tiene igual: nada parece escaparse a la prodigiosa memoria de quien da la impresión de haberlo leído todo en las principales lenguas. Y que no rechaza (como tantos estudiosos de su edad) el libro electrónico (léanse las primeras páginas del libro) y está atento a lo que se publica solo en Internet, como las parodias aludidas en la página 289.
            Un libro fundamental, El lector desprevenido, de un autor que mucho tiene que decirnos sobre la literatura de ayer y de hoy, y con el que se puede, en algún punto concreto, discrepar. En el romance “La monja gitana”, por citar un ejemplo, escribe Lorca: “¡Qué ríos puestos de pie / vislumbra su fantasía!”. Para explicar esos “ríos puestos de pie” recurre Senabre, muy borgianamente, a un texto posterior, el soneto “La tierra”, de Blas de Otero, en el que se afirma que “el hombre, que era un árbol, ya es un río”. Más adecuada que esa algo rebuscada explicación parece relacionar los versos de Lorca con la identificación clásica del río con un dios que puede alzarse, como en la “Profecía del Tajo” de fray Luis, para advertir a los hombres (o para enamorar a una monja).
            Un libro vivo de un autor vivo, aunque falleciera el pasado mes de febrero.
           

            

sábado, 16 de mayo de 2015

Inagotable Jardiel


¿Por qué no se suicida usted? y otros escritos de juventud
Enrique Jardiel Poncela
Espuela de Plata. Sevilla, 2015.

 En el prólogo a Exceso de equipaje, escribió Enrique Jardiel Poncela la siguiente advertencia, “que conviene estampar en mayúsculas”: “Todo cuanto no esté incluido en mis cinco novelas grandes, en mis siete tomos de teatro, en el Libro del convaleciente, en el volumen Máximas mínimas y en este Exceso de equipaje, sea trabajo escénico o impreso, y aunque se halle con mi firma, no es mío ni lo acepto como escrito por mí”.
            Afortunadamente, su nieto Enrique Gallud Jardiel no ha tenido en cuenta esa opinión y en ¿Por qué no se suicida usted? selecciona las colaboraciones del escritor en una revista mítica, Buen humor, que en los años veinte renovó la tradicional comicidad española con los nuevos aires de la vanguardia internacional.
            La revista se publicó entre 1921 y 1931 y ninguna publicación recoge mejor el aire de un tiempo en que, tras el fin de la Primera Guerra Mundial, España vivió una época de bonanza económica, esplendor cultural y esperanzas de cambio que culminarían con la llegada de la República.
            En Buen humor, el maestro era Ramón Gómez de la Serna y en ella velaron sus armas escritores como Edgar Neville o José López Rubio, representantes de la otra generación del 27. No pudo encontrar mejor escuela Jardiel. Llegó a ella con veinte años, pero ya era autor de incontables obras de teatro (muchas escritas en colaboración con su amigo Serafín Adame), de novelas de misterio largas y cortas, de poemas y artículos serios o burlescos. Buen humor convirtió al mimético grafómano que buscaba incansablemente el éxito y el dinero de la literatura en el autor que todos admiramos.
            ¿Por qué no se suicida usted? es el primer libro verdaderamente de Jardiel, aunque sea el último que se publica. Los capítulos se disponen cronológicamente, según la fecha de publicación (entre 1923 y 1927, entre los veintidós y los veintiséis años del autor), pero podían haberse organizado temáticamente. Un primer grupo lo constituyen las pequeñas obras de teatro, en prosa y en verso, todas ellas escritas con intención paródica. El teatro histórico que puso de moda el modernismo, el de Villaespesa y Marquina, que todavía seguía representándose con aplauso en los años veinte, es uno de sus objetos de burla favorito.  A veces, al poner en verso incluso las acotaciones, parece apuntar con su burla al propio Valle-Inclán. El modelo de estas parodias es, claro está, el insuperable Muñoz Seca de La venganza de don Mendo.
            La burla de Jardiel Poncela alcanza también al teatro entonces más renovador, al que alentaba, con gran escándalo de todos, el veterano Azorín. Así, una de las piezas lleva el subtítulo de “Drama en verso hecho a la manera de los superrealistas” y toda la acción transcurre “en los labios de una linda mujer”.
            Junto a las obras de teatro, encontramos en esta recopilación cuentos de humor disparatado en los que suele intervenir como personaje el propio autor, y en los que no faltas las referencias a sus compañeros en la redacción de la revista. En estos relatos se muestra Jardiel como un claro antecedente de la literatura de autoficción.
            Otro de los ingredientes del libro lo constituyen los artículos burlescos sobre temas más o menos serios. “El matrimonio” se presenta como un artículo de divulgación médica. Comienza con la definición: “Matrimonio es una terrible enfermedad crónica e incurable, que se propaga por medio de un microbio llamado erotococo”. Ante la moda de los ensayos y las conferencias, tan característica de los años veinte, ofrece en “La incognoscibilidad de lo plúmbeo” un modelo para quien se vea alguna vez en el terrible compromiso “de escribir un ensayo o de dar una conferencia”. Quizá el mejor de estos artículos sea “Lloremos el pasado”, en el que se burla del elegíaco costumbrismo habitual. El pretexto es una obra de teatro de Fernández Ardavín, Rosa de Madrid, un canto al Madrid castizo que desaparece: “Las verbenas, los churros, las chulas, los organillos… todo se ha hundido en el maelstroom de la postguerra”. Incluso los hombres y las mujeres han cambiado: “Hombres eran aquellos que bebían vinazo –la bebida viril–, que fumaban tabaco malo, que usaban bigote y barba, reproducciones exactas de las selvas de la Australia, y que se lavaban de tarde en tarde. Hoy loa hombres se afeitan todos los días, fuman tabaco canario, inglés o turco y hasta se perfuman. Un asco, vamos, lo que se dice un asco”. También finge lamentarse por el contraste entre las mujeres de hoy, “que huelen a esencias caras, que han hecho un arte del arreglo del rostro, que llevan medias de seda y han prescindido del corsé” y aquellas de antaño “que se peinaban con una bandolina grasienta, que olían a mejorana y a tomillo –como las conejas de monte--, que llevaban medias de lana con las ligas por debajo de la rodilla y que para salir a la calle se encerraban en un corsé bien emballenado, especial para provocar el sudor y las enfermedades del aparato respiratorio”.
            El tiempo, como no podía ser de otra manera, ha dejado su huella en el humor de Jardiel, le ha añadido un valor documental, pero esa inevitable pátina no ha mermado su gracia provocadora, aún más presente en estas páginas juveniles.

            

sábado, 9 de mayo de 2015

Sánchez Ferlosio: poesía, filosofía, actualidades inactuales


Campo de retamas
Rafael Sánchez Ferlosio
Random House. Barcelona, 2015.

Pocos libros tan fértiles, inagotables, y a ratos tan discutibles, como el que reúne los textos breves que Rafael Sánchez Ferlosio ha ido escribiendo a lo largo de su vida –los publicados junto a los inéditos– bajo el título de Campo de retamas. Es un volumen que no llega a las doscientas páginas, pero cada una de ellas equivale a diez o doce de cualquier otro autor.
            Desde el punto de vista genérico, los textos de Campo de retamas (que Ferlosio llama “pecios”, equiparándolos a los restos de un naufragio) son muy diferentes: hay aforismos, poemas, incluso muestras de teatro mínimo (atribuidas a algún apócrifo a la manera de Machado), relatos, glosas de textos periodísticos.
            En el epílogo explica esta última modalidad de su escritura: “Los que hayan leído textos míos que no sean de ficción, sino ensayos o artículos, habrán podido observar cuánto uso se hace en ellos de citas literales entrecomilladas, tomadas sobre todo de la prensa. Los diarios, que compro sin recato, me sirven a menudo de andaderas o muletas para mis propias reflexiones”.
            En la prosa de los periodistas, a causa de la urgencia de su escritura, encuentra “las rutinas y los comodines de las representaciones comunes y vigentes” y por eso la considera “una fuente especialmente indicada para llegar a percibir la ideología imperante”.
            La dependencia de los textos periodísticos presenta ciertos inconvenientes. Algunos de estos fragmentos son como “cartas al director” –y eso fueron exactamente los de la última parte– que se vuelven ininteligibles sin la noticia que comentan. Un ejemplo lo encontramos en el fragmento titulado “Gabilondo”. Comienza así: “Tiene razón Arcadi Espada al decir que la pregunta de Gabilondo era ficticia, porque solo tenía una respuesta posible”. Más adelante nos enteramos de que esa pregunta estaba dirigida a González, pero en ninguna parte se nos indica en qué consistía.
            La crítica de Ferlosio a la ideología dominante que encuentra tras los textos periodísticos pierde muchas veces su eficacia cuando la actualidad que a la que se refiere no tiene demasiado de actual. Más de una vez censura la expresión “un honesto esparcimiento” (unida a otras como “un merecido descanso”, “una sana alegría”) que, a su entender, “pone de manifiesto la acrisolada pervivencia de una mentalidad para la que todo lo placentero, como el descanso, a alegría y el esparcimiento, solo es lícito cuando está moralmente justificado”. Pero ¿se emplea a menudo en los periódicos de hoy esa expresión? ¿No es más propia del nacional catolicismo de su juventud, de los textos del Nodo?
            Ferlosio, en estos fragmentos completos, o casi completos, nos emociona, nos hace pensar y nos hace sonreír. Pero esto último, no siempre voluntariamente. La “aceleración histórica”, afirma en una de sus notas, se debe “al aumento de la velocidad de los instrumentos de notificación”. Nada que objetar, pero la frase que cierra esta anotación sobre la filosofía de la historia dice así: “La maldición llamada ‘tiempo histórico’ corre a la velocidad del mensajero y del pregonero, que hoy no son otros que el telégrafo y la rotativa”. ¿El hoy del que habla, en el que las noticias llegan por telégrafo, es el siglo XXI o el siglo XIX?
            No falta el material perecedero en este libro, textos que se publican sin fecha y que ya parece haber sobrepasado su fecha de caducidad, pero eso no disminuye demasiado su riqueza; solo nos exige una lectura alerta, sin beaterías. El propio autor nos pide, en el prólogo, que desconfiemos de los “pecios”, de los aforismos, “porque los textos de una frase son los que más se prestan a ese fraude de la ‘profundidad’, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol”.
            Rara vez incurre Ferlosio en palabras de charol, en el mero relumbrón. Muchos de sus textos breves son pequeñas piezas maestras, como esta desengañada oración: “Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!”
            Una sola frase le basta para conseguir un barojiano poema en prosa: “Aquellos grandes fuelles que unían los vagones de los trenes de mi infancia eran los grandes acordeones que a lo largo del viaje y de la noche iban gimiéndole al alma del viajero que se alejaba de todo lo querido el desgarrado tango de la separación y la distancia”.
            Con una sola frase niega la historia y convierte la epopeya en elegía: “¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón!”
            El tiempo del que Ferlosio habla, en prosa o en verso, es el tiempo de los poetas, no el de las noticias y el calendario: “El presente se pone en manos del futuro lo mismo que una viuda ignorante y confiada se pone en manos de un astuto y deshonesto agente de seguros”. Su sabiduría de otro tiempo, solo es de este tiempo, paradójicamente, cuando no se convierte en glosa de la perecedera actualidad.

            

sábado, 2 de mayo de 2015

Poesía latinoamericana, plural e inabarcable


La nación generosa: 111 rutas al otro lado del mar
Selección de Ignacio Uranga
La Galla Ciencia, nº 3, Murcia, marzo 2015

El último número de la revista La Galla Ciencia, una revista-libro, es un tomo de más de trescientas páginas en el que se nos ofrece una muestra de un centenar largo de poetas latinoamericanos. Los editores le pidieron expresamente al antólogo –Ignacio Uranga– “incluir poetas de la totalidad de los países de Hispanoamérica”.  Y así lo hace, con alguna salvedad: se seleccionan poetas de Belice, cuya lengua originaria es el inglés, y se dejan fuera a los de Puerto Rico y a los que escriben en español en Estados Unidos.
            El resultado final resulta tan apasionante como insatisfactorio. En el original epílogo en forma de diálogo, se plantean muchas de las cuestiones que se le ocurren a cualquier lector: “¿Cómo es posible presentar lo que se escribe en 22 países que comparten una lengua similar a partir de dos poemas por autor? ¿No sería más conveniente pensar que Latinoamérica no es un es un único país, sino una multiplicidad de países cada cual con sus propias tradiciones no extrapolables de un lugar a otro?”
            Ciertamente, en la misma lengua es posible partir de tradiciones distintas y un poeta uruguayo puede tener más en común con otro brasileño que con un mexicano. Y tampoco está claro que todos estos poetas escriban en la misma lengua. Algunos lo hacen en una lengua mestiza que, para ser entendida fuera de su país, necesita, si no la traducción, sí una minuciosa anotación. Es el caso del poeta paraguayo Cristino Bogado. Al comienzo de su poema “Mi yo es un yopará” escribe “de la cópula del español y guaraní nace la nueva alma llamada jopará aporounholado”.
            De estos más de cien poetas, unos pocos son ya conocidos, y alguno bien conocido, del lector español. Es el caso del que inicia la antología, Ernesto Cardenal, y también de Óscar Hahn, reciente premio Loewe. La uruguaya Cristina Peri Rossi puede considerarse prácticamente como una escritora española. De ella es uno de los más memorables poemas de la muestra. “Dicen los poetas árabes / que el destino es el vagar de un camello ciego”, comienza. Y termina: “Pero ahora / mi camello ya no es ciego / conoce su destino: / las playas húmedas de tus muslos / la arena de tus labios / la sedad de tu vientre / el agua dulce del cántaro de tus labios / y el salitre de tu concha marina / entre las piernas”.
            De la mayoría de estos poetas oirá hablar el lector español por primera vez y en buena parte de los casos la brevedad de la muestra le impedirá conectar con ellos. Los reproches del autocrítico epílogo no dejan de tener razón. En lugar del “amontonamiento compulsivo”, ¿no habría sido mejor ofrecer una antología “de poesía chilena o colombiana o argentina o uruguaya?”
            De esa manera, acotando el campo, habría sido posible una selección menos azarosa: no hay antólogo capaz de estar al corriente en tantos países. Pero no por ello este rico, caprichoso y plural muestrario deja de tener interés. Cada lector encontrará un puñado de poetas de los que no había oído hablar y a los que tratará de seguir desde ahora. Es el caso de Miroslava Rosales (El Salvador, 1985), que habla de “cadáveres no identificados” o de “Las fosas clandestinas de la noche”. Es el caso igualmente del argentino Silvio Mattoni, en cuyos versos se escucha todavía “el murmullo lejano de los griegos”. También se escucha en Luis Correa-Díaz (Chile, 1961), pero unido a las nuevas tecnologías. Los versos finales de su “Piccolo teatro canzone” dicen así: “y oir, por fin, a Eco, su voz original coming / in microwave radiation, the voice of the wood / más alto, liberada de / por sí misma y así / de su condena, confirmándonos con su canto / interior la muy dulce musicalidad de las esferas: / http://www.youtube.com/watch?v=FLht_3jnvro” (aunque si uno sigue el vínculo se encuentra con la indicación “este vídeo no está disponible”). Y no es la única dirección de youtube que encontramos en sus versos.
            Frente a la poesía española, la poesía latinoamericana muestra un menor apego a la métrica tradicional. Solo un soneto encontramos en esta antología. Y se trata de un ejercicio de Floridor Pérez (Chile, 1937) escrito a partir de una “Tarea para casa” propuesta por Nicanor Parra: “Redactar un soneto que comience / con el siguiente endecasílabo. / yo prefiero morir antes que tú / y que termine con el siguiente: / yo prefiero que tú mueras primero”.
            Pero con ser eso verdad, no es toda la verdad. También en Hispanoamérica –pensemos en los argentinos Alejandro Bekes o Pablo Anadón– hay poetas menos apegados al todo conversacional o a la ruptura sintáctica, aunque el antólogo prefiera ignorarlos.            
            La lengua une –y separa – a los poetas de esta  plural y desigual y sorprendente colectánea, que abarca desde poetas nacidos en los años veinte hasta otros que acaban de cumplir, o aún no han cumplido, los veinte años.